«Por una universidad inteligente» ALVARO LASTRA

POR: ALVARO OVIEDO C- Especial para Extra Noticia

Con 20 años como profesor titular, Álvaro Lastra Jiménez aspira a la rectoría de Universidad del Atlántico, institución que se debate en medio de una grave crisis que la mantiene en paro total. «Mi único compromiso es gobernar con valores» y «no me avergüenzo de mi condición de cristiano», dice.

¿Por qué quiere ser rector?

La gente se mueve por intereses o por valores. En mi humilde concepto, la riqueza verdadera de una persona está en sus virtudes personales, no en su chequera; puede tener ambas, pero la primera es la determinante. Por eso mismo, lo que valoriza a una institución no está fundamentalmente en las utilidades que acumula sino en los valores que promueve.

En Uniatlántico, por encima de las ideologías -de derecha o de izquierda- la dimensión ética debe ocupar el primer lugar. Sin caer en moralismos y en un ambiente de libertad intelectual, se debe promover a toda la comunidad universitaria hacia el buen uso de la autonomía individual. En este momento crucial de la historia sentimos el compromiso de formar buenos profesionales, confiables, pero, sobre todo, buenas personas; personas que adquieran un compromiso de vida con el bien, con el servicio a los demás (que agreguen «valor al otro», no solo en términos socioeconómicos, sino, especialmente, en su «ser personal», que es lo más importante), como principio rector, esto es, «que sirvan para servir, y no que sirvan para comer». Tenemos claro que la pluralidad de pensamiento es constitucional y es muy académica, pero, definitivamente, la ética es lo que distingue a los humanos de los animales. Mejores personas, mejores profesionales. A esto se están dedicando las mejores universidades del mundo. La autonomía individual absoluta, es decir, sin referentes éticos válidos, de alguna manera deja sin sentido el proceso educativo, porque este supone orientación, guía, mostrar el camino, primero, naturalmente, con el ejemplo. Y pienso que, en este sentido, como en otras cosas, la filosofía moderna está rectificando; inclusive desde perspectivas tan distantes entre sí, como Adela Cortina y Habermas.

¿Tiene respaldo político?

Mi propuesta es políticamente intrauniversitaria, no políticamente extrauniversitaria. Tengo afinidad con aquel partido político que defiende un sistema político de democracia liberal, un modelo de Estado basado en la división del poder y sometido al Imperio de la Ley, y un modelo de sociedad de corte personalista-iusnaturalista. Pero, de todas maneras, no haré compromisos políticos con quien me límite para dar lo mejor de mí a la Universidad del Atlántico. No de otra manera podría darse una correspondencia entre la letra de la Constitución, que habla de la autonomía universitaria, y la realidad. Se trata de determinar si el poder de la universidad emerge de sus entrañas o procede de afuera. En este último caso, el criterio de gobierno no sería esencialmente universitario. La pregunta es: ¿quiere la comunidad universitaria depender de factores externos que afectan la meritocracia y entorpecen los propósitos de excelencia o prefiere tomar las riendas de su propio caballo?

¿Cómo hace entonces la política?

Hacer política es buscar el poder por medios lícitos y democráticos para detentarlo al servicio de la sociedad, y eso está bien. Muchos buscan ese poder político a través de la trampa, del dinero, de la mentira, de compromisos burocráticos para arrodillar el Estado al servicio de intereses particulares, y esto no es moralmente válido ni legalmente lícito, aunque supuestamente haya buenas intenciones de por medio. La política honesta, la verdadera política, se hace moviendo ideas, apelando a la inteligencia de las personas y no aprovechándose de sus necesidades; los peces grandes se cogen por la cabeza con la «carnada», los muertos siguen la corriente. Pero el ser humano es más que un pez y merece un trato digno; mi reto es convencerlo sin vencerlo. Además, uno de los aspectos positivos de la globalización es que permite llegar a mucha gente a través de la tecnología digital sin necesidad de grandes recursos; se está produciendo una democratización de la democracia, que, dicho sea de paso, ojalá no conduzca a reventar el Estado de Derecho, porque, paradójicamente, sería el fin de nuestras libertades y derechos.

Esta es nuestra política: presentar una propuesta. Si el candidato y la propuesta se ganan la confianza de los electores y obtienen el poder, éste deberá estar al servicio del bien común de la Universidad. Esta es la única garantía que puedo ofrecer. La confianza no es una mercancía, no se compra ni se vende, se merece; por mi probada honestidad espero poder inspirarla. Pido adhesión a una propuesta seria y a mi nombre, bajo el entendido de que la mayor beneficiaria sería la universidad. Propongo trabajar en el terreno de la grandeza; no quiero llegar a la rectoría con las manos amarradas sino con verdadera capacidad de dirección.

Entre la universidad pública y la política hay una relación, sí, que debe ser de cooperación, pero no de confusión. Si los políticos son non gratos para la universidad, ésta se seca por falta de apoyo estatal; y si los políticos controlan la universidad, el espíritu académico se marchita y muere. Cada una tiene su rol y lo correcto es respetar esos límites para que haya armonía y la relación sea fructífera.

Mi único compromiso es gobernar con valores, y, en este sentido, hacer las cosas bien será nuestro gran norte. En eso seré inflexible. 

¿Y qué dice de sus creencias religiosas? Algunos lo identifican con el Ayatolá iraní, y otros con el Pastor que se quedó esperando a Jesucristo, quien también era profesor de la Universidad del Atlántico. ¿Puede esto afectar su gestión de rector?

Mire, la religión tiene sentido en el ámbito privado y en el público, y, además, le da su verdadero sentido a la vida del hombre porque la felicidad y la muerte son incompatibles; o el hombre está destinado a la infelicidad y lo vence la muerte, o la felicidad será su mejor premio, y, así, la muerte pierde su razón de ser. Una vida que se acaba no es verdadera vida.

Soy un hombre de fe porque no renuncio de antemano a la felicidad, que implica el vivir en plenitud y el vivir siempre. La religión es la mayor rebeldía del hombre contra el mal moral y opera como una linterna que nos ayuda a descubrir nuestro destino (que se presenta oscuro) más allá de los límites del tiempo. Y ya la muerte no tiene la última palabra, por cuanto existen datos objetivos que indican que nacimos para vencer.

Por esto, el triunfo de la fe es el triunfo de la vida sobre la muerte, o sea, la suprema reivindicación y glorificación de nuestra dignidad humana. Los hombres que no creen se dejan guiar por la razón (muchos de ellos creen que la religión es el opio del pueblo o, al menos, el oscurantismo intelectual); en cambio, los que hacemos la apuesta por la fe también nos dejamos guiar por la razón, pero fundamentalmente enriquecida por el amor; solo ante el amor -a la verdad- se rinde la libertad. Este es el elemento esencial del cristianismo que nos determina y que no hace daño a nadie, sino que nos lleva a poner en el centro de nuestras decisiones el bien de las personas y de cada persona, siempre con respeto a las ideas y creencias de los demás. 

En el ámbito universitario todos hacemos ciencia, porque nos ocupamos de buscar la verdad de los fenómenos, tanto por sus causas próximas como por sus causas últimas. Y así como existe la educación sexual también debe de existir la educación religiosa, al más alto nivel, para todos los creyentes e interesados. Fe y razón, y fe y ciencia, van de la mano, sin que por esto se piense que estoy buscando -o siquiera insinuando- una Facultad de Teología o cosa por el estilo.

Por otra parte, mis decisiones profesionales no son teledirigidas por ningún Papa, Obispo, o Pastor; son exclusivamente mías, y, por tanto, soy su único responsable, lo cual significa, además, que, aunque nuestro «Estado Laico de Libertad Religiosa» no es «laicista», es decir, hostil al fenómeno religioso (de cualquier signo), y que, por lo tanto, al contrario, más bien lo debe «permitir sin obstruir», de todas maneras y por ningún motivo haría una administración de corte confesional. Mi aspiración es la de un simple profesor, laico, igual que los demás; no veo en mi condición de ciudadano creyente un privilegio, pero tampoco un obstáculo.

Cuando Ud. fue decano aparecieron en las paredes de la universidad unos grafitis contra el Opus Dei, una organización supuestamente secreta. Muchos asocian esta institución con la extrema derecha y con las élites del poder económico y político. ¿Qué dice de esto?

El Opus Dei no es un partido político, ni tiene ideología política, ni es una secta fundamentalista. Es una institución laica de la Iglesia Católica, que promueve la realización del trabajo bien hecho como camino de realización plena del ser humano. Interesante es conocer esa institución con objetividad, sin prejuicios, y así formarse una opinión propia y de manera objetiva e informada. El que un laico en un «Estado Laico de Libertad Religiosa» viva la vida sacramental y transforme su trabajo en oración no lo hace de derecha o de izquierda, ni tampoco camufla al monje o al fraile apartados del mundo.

Carlos Marx, en su materialismo histórico y hasta pretendidamente «científico», -que, dicho sea de paso, se está llevando a millones de muertos por delante y sin haber mostrado un sistema económico exitoso- dijo que el trabajo es una mercancía objeto de la explotación capitalista; Escrivá dice, en cambio, que el trabajo ordinario honesto -cualquiera- tiene un poder transformador: puede ser un medio de crecimiento no solo humano sino también espiritual. En el buen sentido, materializó la vida espiritual a través del trabajo.

Es la diferencia, y lo segundo me parece mucho más revolucionario, fecundo y transformador, aunque desde otra dimensión, para lo cual el único secreto es la unión con Dios. Y es que la perspectiva religiosa, en general -sin ser ideología política (propia de lo terreno) y ajena a todo fanatismo-, tampoco contempla la injusticia para este mundo, sino todo lo contrario. Pero aclaro: no es mi intención, ni mi propósito, ni mi estilo, hacer política utilizando a la religión: no soy el candidato del Opus Dei ni de la Iglesia Católica, ni mis posturas sobre los distintos temas son la voz oficial de ninguna organización religiosa. Solo me limito a responder sus preguntas, porque tampoco me avergüenzo de mi condición de cristiano; solo espero que de llegar a la rectoría no se repitan esos hechos de intolerancia.

De otro lado, las riquezas y el poder son importantes, pero secundarios, cuando los valores del espíritu son lo primordial. Tampoco son determinantes: para eso está el trabajo honrado, aunque sea humilde. Hay una frase de la Gobernadora Elsa Noguera que me seduce mucho: «los límites no existen, cuando tenemos la actitud adecuada». Y, en efecto, cuando se cumple con el deber el crédito se mantiene, se abren las puertas.

¿Cuál es el político que Ud. más admira?

Me parece que Álvaro Gómez Hurtado fue el pensador político más grande de América Latina, y con el realismo -si se le compara- que no tuvieron el Che Guevara, Fidel Castro y Hugo Chávez. Desde que era niño, en Riohacha, aprendí a conocerlo a través de sus escritos; mi Padre era enfermero de profesión y leía el periódico El Siglo. Infortunadamente, nuestro populismo utópico de hace cuarenta años -cuando confundimos el coco con la coca- privó a Colombia de ser hoy algo parecido a los «tigres asiáticos», y luego, cuando nos lo arrebatan (a Álvaro Gómez), se devela la consistencia y la validez de sus ideas, que siguen en pie y evocadas por quienes fueron sus seguidores y contradictores, inclusive de la supuesta izquierda. Creo que, si se quiere tener una visión amplia y crítica de la política latinoamericana de los últimos tiempos, es necesario leer su libro «La Revolución en América».

Pero, ¿Álvaro Gómez era de derecha…?

No señor. No es cierto. Simplemente fue conservador, aunque, con algún sentido, en sus últimos años decía que era «el último liberal de Colombia». Él habló de un «Acuerdo sobre lo Fundamental» como fórmula para lograr la unión básica del pueblo, y decía que eso de derecha, centro o izquierda, aunque tuvo origen en el parlamento francés fue prohijado por el marxismo para mantener dividida la sociedad de manera irreversible y así tener el pretexto que justifique una perenne lucha de clases, y, de contera, poder justificar su supervivencia en el escenario político; porque es una teoría o un mito ya descalificado por la historia, por lo que esa clasificación, con mucho, se antoja postiza. Los clásicos decían que la política era todo un «arte» -como pintar un buen cuadro- que conducía a la felicidad del pueblo (como también la Constitución norteamericana lo dice), pero los marxistas, agarrándose de Clausewitz, dicen que es la «prolongación de la guerra por otros medios».

De manera que eso de derecha, izquierda o centro, quizás haya empujado hacia el fin de las ideologías tradicionales, pero es una manera de dividir y es esencialmente infecundo. Por contraste, han aparecido otras ideologías posmodernas totalmente estériles que están llevando al mundo a la destrucción. Hay que reconstruir -y mejorarlos- los valores culturales y políticos que sirvieron de fundamento a la civilización occidental, en el ámbito de la Filosofía Política y de la Filosofía del Derecho, ya que sus aportes sí que fueron extraordinarios. Nunca se equivocó el constitucionalismo, por ejemplo, en que primero es la persona (que no es lo mismo que individualismo), y segundo, la justicia social (que no es lo mismo que igualitarismo), y no al revés, porque si no se sofoca la libertad personal y la democracia. 

En la práctica, los problemas sociales, los privilegios y las desigualdades -por muy graves que sean- se resuelven si hay grandes propósitos comunes y honestidad en el manejo de los recursos, y no uniformando el pensamiento, al mejor estilo estalinista o al sofisticado estilo gramsciano. A la China comunista la está salvando su sentido práctico, y que Marx ya no cuenta casi nada porque los llevó a la ruina, y, en cambio, han vuelto a Confucio. Por esto, nuestro problema no es el capitalismo ni la democracia liberal -que es la única que nos garantiza la libertad y el desarrollo sino el dragón de la corrupción: según la Contraloría General, en Colombia ella (la corrupción) se traga entre cuarenta y cincuenta billones de pesos, cada año, o sea, un promedio de casi cuatrocientos cincuenta billones, por década. ¿Cuánto representa eso en treinta o cuarenta años? Definitivamente, en la corrupción está localizado nuestro subdesarrollo, no en la falta de recursos o en la economía de mercado. Sin duda, se nos extravió la moral pública, pero mucho peor sería perder también la libertad, la democracia liberal y el Estado de Derecho, como tristemente ha ocurrido en otros países. Álvaro Gómez decía que había que tumbar el «régimen», pero sin incitar a la violencia, sin ser incendiario, y sin tumbar el Estado de Derecho. Lo que hay es que conservar éste y rescatar los valores, lo que tampoco define a nadie como de derecha. Y no es tema que afecte solo a la clase dirigente, es un problema cultural. Por eso debe atacarse desde el frente educativo, a todo nivel.

¿Qué concepto tiene de la Gobernadora?

Es una mujer con enorme capacidad técnica y de liderazgo. Observo que le gusta trabajar en equipo y lo hace bien. Además, se nota que tiene una excelente formación humana que le ha permitido sobreponerse a las dificultades.

Y, ¿ qué piensa del presidente Duque

Tiene virtudes y defectos, pero por encima de todo, creo que es una persona bien intencionada, una persona y un hombre de bien.

¿Qué hará con los estudiantes que tiran piedra?

Son mis alumnos; -y en las clases de Derecho Constitucional les he enseñado el pensamiento de Gandhi: excluir la violencia de los procesos políticos y revolucionarios, si realmente quieren dignificar al género humano- (Vamos a establecer la Cátedra Gandhi, para traer cada año a los mejores exponentes internacionales de su pensamiento). En mi humilde concepto, la muy respetable Revolución Francesa, con su rio de sangre, en realidad fue una derrota de la inteligencia, y a la juventud de hoy -por muchas dificultades que tengan- no hay que ponerla a soñar con la guerra, la lucha de clases o el odio (que es una enfermedad del alma que impulsa a hacer daño a los demás), a alimentar resentimientos sociales, sino con ideales más altos, como el del amor a los demás (que es el germen de la felicidad), el servicio y el valor del emprendimiento honrado.

Luis Carlos Sarmiento Angulo es egresado de universidad pública y no pudo estudiar inglés porque su capacidad económica no se lo permitió, y por eso no se sintió un excluido. Ojalá comprendan que las revoluciones inteligentes -que son pacíficas, como la independencia de Canadá- son las mejores. Aquí la mayoría de los estudiantes son reflexivos, de buen corazón y con fuertes deseos de superación. Lo mismo los profesores; tienen diversidad de pensamiento y de creencias, pero con un común denominador: son personas agradables, cordiales y muy gentiles. Esto puede servir de base para que la comunidad académica sea mejor. Pero es una comunidad académica que ha sufrido mucho (y aún sufre) a causa del tipo de dirección que ha manejado a la universidad; hoy se siente impotente, invadida casi por la indiferencia frente a lo que pueda ocurrir.

Muchas veces la deshonestidad en los procesos es la que genera indignación y rebeldía en la juventud, que no mide el alcance de sus reacciones cuando ignora que la violencia es el peor de los males. No obstante, los desafueros son inaceptables. Y la reciente «toma» del Congreso de EE. UU. con capuchas no fue edificante, ni estimulante; fue algo gaminezco.

Con las manifestaciones y marchas se protesta (lo cual es algo legítimo), pero con las capuchas o armas explosivas o cortopunzantes se revela un propósito delincuencial (porque lo bueno nunca se oculta). Lo ideal es que los propios estudiantes, desde su mismo terreno y a través de métodos lúdicos, dejen sin espacio y sin aire las expresiones de violencia, pero si ello no es suficiente, a un rector, que solo entiende de temas académicos y humanísticos, le queda imposible hablar el mismo lenguaje con quienes solo manejan el idioma de la violencia (cuando yo no entiendo un idioma, como el italiano, por ejemplo, busco un traductor); en este caso, me obligaría la humildad: dejar el asunto en manos de las autoridades competentes, esas que sí entienden el lenguaje de la «fuerza» (solo que tienen su uso «legítimo», por eso le llaman «fuerza pública», porque no es privada de nadie, es de todos), que tendrían la responsabilidad, eso sí, con la condición expresa de que se respeten los derechos humanos.

Con el sincero cariño que les tengo, ojalá no lleguemos a una situación que objetivamente pueda considerarse como «incontrolable», donde los protocolos establecidos por la ley para apaciguar los ánimos no den resultados, porque hacer respetar la ley por la fuerza desdice de una comunidad universitaria madura, consciente de que la democracia tiene sus leyes, sus reglas de juego, que es necesario respetar para tener un mínimo de orden.

¿Qué tal que no se cobre un penalti en un mundial de fútbol? No lo deseo, no se corresponde con mi forma de pensar (creo más en la fuerza de la razón que en la razón de la fuerza; por desgracia, hay personas que piensan que «no hay protesta si en ella no pasa nada», es decir, si no hay violencia), pero, racionalmente, no nos podemos cruzar de brazos y contemplar impasibles que destruyan una universidad que todos llevamos en el corazón, o más grave aún, que se pongan en peligro la vida de los estudiantes que protestan pero que sí son pacíficos, o, inclusive, la de ellos mismos, como infortunadamente ocurrió con Madeleine Ortega (q.e.p.d.).

Repito: si aceptan la vía del diálogo entonces el rector sí estaría disponible, porque es el único lenguaje que él entendería, pero sin extorsiones ni chantajes, y con respeto a la autoridad que los estatutos le dan y a su propia auctóritas.

Además, todo el pueblo debería de amar a la Policía; ella no es extraterrestre, ni pertenece a una fuerza extranjera de ocupación, ni está al servicio de la oligarquía, ni es uribista o petrista, ni paramilitar o guerrillera, es solo la representación democrática de la institucionalidad para evitar el desorden; por definición, ella no mata al pueblo.

En el mundo entero ella solo está para neutralizar la anarquía, haya un mínimo de orden, y los derechos y libertades de todos los ciudadanos -los que protestan y los que no- estén a salvo, cualquiera sea el pensamiento político de éstos: tienen ternura y cuidan a los niños y a los ancianos, y hacen respetar la ley, cualquiera sea la ley y cualquiera que sea el presidente, porque su compromiso es con la democracia constitucional.

Cuando hay un terremoto es la primera que sale a poner el pecho, como hizo recientemente en San Andrés. ¿Que se equivoca y a veces tiene excesos? Es la mejor prueba de que no es extraterrestre; es humana y debe responder por sus conductas (individualizadas) cuando son abusivas, porque sus armas son de la República. El día que el pueblo ame a la Policía como ama al profesor o al médico, ese día seremos un país desarrollado porque habrá orden.

En esta Universidad del Atlántico muchos policías se han graduado como profesionales y la aman como suya, y pienso que el representante de los egresados está en mora de llevar su sentir al seno del Consejo Superior; ¿por qué no pensar, por ejemplo, en una beca de posgrado en una de las mejores universidades de mundo, en Europa o en Estado Unidos, a uno de estos policías egresados, pues también tienen derecho?; ¿por qué no generar un ambiente de armonía entre los líderes estudiantiles y los egresados policías, que también fueron estudiantes? Al fin y al cabo comparten una misma Alma Mater.

Hace poco, en medio de una protesta, casi incendian la bomba de gasolina que está al frente de la universidad, lo cual habría causado una tragedia de una dimensión colosal. Lo mejor es no provocar a la policía para que ella no nos ataque (pues ellos también tienen -como humanos- el instinto natural de conservación) sino que más bien nos cuide, que es su razón de ser. Qué bueno sería una iniciativa como ésta, que surgiera de los mismos estudiantes y egresados policías, en que, por ejemplo, se dedicaran algunos domingos a pintar juntos los salones de clase, a sembrar árboles, a embellecer los jardines, en fin, a cuidar su común campus, que es de todos… Apoyar la institución de la policía es apoyar a la democracia, aunque también ella debe aprender a reconocer sus errores, cuando los hay, y a tratar siempre de hacer lo correcto. Hay que volver a las buenas maneras, en la política internacional y en la vida universitaria.

La Universidad no es un terreno rebelde donde los estudiantes mandan y el gobierno obedece: es un terreno donde los estudiantes mandan, sí, pero con el estudio, la investigación y la proyección social del conocimiento, y, como institución, es completamente neutral (como Suiza) en la disputa política e ideológica. Estamos en una democracia, pero en el marco de un Estado Social de Derecho; por tanto, sus inquietudes y/o sus rebeldías deben tramitarla a través de una democracia sometida al Derecho, organizada por la ley y por los estatutos.

«Orden sin dictadura y libertad sin anarquía», es mi lema. La «autonomía universitaria» no puede entenderse como algo análogo a un «paraíso fiscal», un lugar a donde la ley no llega. Y es verdad que la policía, en principio, no debería ingresar a un campus universitario donde está la juventud intelectualmente inquieta, y hasta rebelde, pero, infortunadamente, hay rebeldías decentes y hay otras infiltradas, que presentan características delincuenciales. Estas últimas son distintas y ajenas a una juventud pensante y estudiosa -como la inmensa mayoría de nuestros estudiantes, de la que me siento profundamente orgulloso, aunque en muchas cosas pensemos distinto-, que, además, conoce de los derechos humanos de los policías.

Nosotros no le trabajamos al imperialismo norteamericano, ni al chino, ni al ruso, ni al cubano, ni al venezolano, ni al ecuatoriano, ni al peruano, ni somos un ejército contra el proletariado o contra la burguesía. Solo somos -nada más y nada menos que- académicos que hacemos ciencia y formamos personas de bien con miras a una sociedad más justa, libre, próspera y pacífica.

No concibo una universidad «tira piedra» ni a un país «tira piedra». En una sociedad decente los pobres reclaman sus derechos, pero también hacen brillar sus valores, que muchas veces son iguales o superiores a los de los ricos, pero en esto tampoco hay competencia de clase, sino de virtud.

¿Cuál sería el perfil político de su acción de gobierno?

Sin autoridad no hay orden, sin orden no hay libertad, y sin libertad no hay prosperidad, ni democracia. La abuela de un amigo decía que la frase del escudo de Colombia está al revés, porque, según ella, debió decir «orden y libertad», ya que la gente se siente con la libertad de hacer lo que le da la gana y cuando llega el orden ya es tarde. Y es verdad porque el orden es presupuesto de la libertad.

Si queremos salir del subdesarrollo debemos apostar por el orden y la autoridad, como presupuesto para que aflore la excelencia académica y administrativa, y así la universidad pública esté en condiciones de responder mejor a las altas expectativas de la sociedad. Orden, basado en el diseño institucional, no en caprichos. Autoridad sin autoritarismo, basada en el respeto a las normas y a los valores, no en la arbitrariedad. La anticultura de la «toma» como medio de presión indebida, tiene que poscribirse de la Institución para siempre; le quita seriedad a la vida académica, obstruye el cumplimiento de las programaciones y calendarios académicos, que terminan por afectar a toda la comunidad universitaria, máxime si sueña con una Acreditación Internacional. Lo «público» es parte del «bien común», y entre todos debemos defenderlo y cuidarlo como propio; de lo contrario seremos una comunidad egoísta o sin autoestima.

Las vías de hecho no son una opción. Necesitamos una democracia funcional y no como coartada para el caos, la anarquía y el subdesarrollo. Es un evidente contrasentido destruir lo construido a través de paros y bloqueos en lugar de construir sobre lo construido, y sin perder el tiempo, que es un recurso natural no renovable (esto que ha pasado en Colombia lejos de ser una «primavera democrática» es un «invierno democrático»); por tanto, hay que inventarse otra forma de golpear políticamente a los gobiernos sin golpear el esfuerzo económico de la nación, porque el sector productivo, la industria y el comercio, son los dos pulmones de la democracia: es imposible que un país arruinado sea realmente democrático, porque así mucha gente vota sin libertad.

Necesitamos algo así como una «protesta ecológica», perdón, una «protesta económica», que permita que los jóvenes expresen sus justas inconformidades, pero sin tocar el proceso de generación de riqueza. El nuestro es un Estado Social de Derecho, que no equivale a «Estado Socialista Democrático», y en esto hay que abrir bien los ojos porque no nos podemos confundir; solo obliga a privilegiar en el presupuesto al sector social (salud, vivienda y educación públicas), pero la factura del Estado, como tal, sigue siendo liberal (poder limitado por el Derecho, división de poderes, prensa libre, etc.).

Sin embargo, debido al carácter «social» del Estado ahora nos quieren aplicar la doctrina neomarxista de «el Uso Alternativo del Derecho», según la cual, los jueces, como parte que son del Estado «social», en sus sentencias deben contribuir a lograr el equilibrio de las clases sociales, parcializándose a favor de la clase proletaria. Desde luego, esto es delicado porque constitucionalmente, ni está en norma alguna ni puede estar en jurisprudencia, que los jueces tengan que parcializarse y ser dependientes de una ideología, porque se quiebra el principio de justicia y al Estado se le esfuma la legitimidad.

El Estado Social de Derecho es una fórmula de Hermann Heller, neomarxista, para continuar la lucha de clases, pero en el marco de la democracia liberal (socialdemocracia) porque no les funcionó la dictadura del proletariado, solo que aquí en Latinoamérica la dictadura del proletariado, no obstante, la quieren camuflar a través del proyecto bolivariano -que también es la gran mentira respecto al pensamiento de Bolívar- y de la Internacional Comunista de Sao Paulo. (Porque en la Internacional Socialista está el Partido Liberal. Por lo visto, aquí «en América Latina todavía no ha caído el Muro de Berlín». Llevamos 32 años obsoletos, igual que Cuba y Venezuela. Y de Colombia, ¿quiénes hacen parte? No lo sé, pero fácil averiguarlo por la Web). Pero Ud. habla aquí de reformas tributarias y/o son rechazadas por pensar que se las van a robar o no las quieren entender en lo que ellas representan para mantener el equilibrio fiscal del Estado y su grado de calificación internacional. Por eso me gusta entender el Estado Social de Derecho desde la perspectiva del pensamiento social de los pontífices, que habla de Economía de Mercado Fraterno, al servicio del hombre y no al revés, porque siendo todos miembros de la familia humana, todos somos responsables de todos, y ello impone un deber de solidaridad no solo moral sino también material, y porque atacar la ley de la oferta y la demanda por «decreto democrático» acaba con la producción y la riqueza, y habrá que diseñar, además, un gran plan para erradicar la cultura de la corrupción, que la practican muchos socialistas, comunistas y neoliberales (esa es la «Sala Vip» donde ellos se encuentran).

Dice Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, que el uno por ciento de la población mundial tiene lo que le falta al noventa y nueve por ciento restante. Pero la mejor forma de estar de parte de los pobres y de los jóvenes, de acompañarlos, es tener un plan realista para superar la pobreza: eso se arregla con argumentos y con trabajo, no con violencia, porque recurrir a la violencia es abdicar moralmente de la condición humana.

Y el presidente John F. Kennedy decía que no debemos preguntarnos ¿qué debe hacer nuestro país por nosotros?, sino ¿qué debemos hacer nosotros por nuestro país?, porque es mejor dar que recibir; la generosidad nos saca de la pobreza moral; luego sigue la material. Pero nosotros vamos en sentido contrario al progreso porque estamos ebrios de «regresismo» (que es el efecto de la vacuna del progresismo) y ojalá frenemos de «golpe» en el borde del abismo; este es el «golpe de Estado» que necesitamos. No es necesario probar el veneno para saber que mata.

Entonces, el Bienestar Universitario favorecerá a todos los estudiantes, pero especialmente a los más vulnerables en términos socioeconómicos, con responsabilidad social y sin populismo. Con estos presupuestos, obtendremos la confianza del Gobierno Nacional y Departamental para lograr no solo los aportes legales sino también los merecidos.

El tema sexual hoy tiene relevancia en las universidades, particularmente en la Universidad del Atlántico.  ¿ qué piensa de la política de género?

Por naturaleza, los hombres admiramos a las mujeres y nos sentimos atraídos por su belleza.  Pero, la Ética nos lleva a tratar de hacer lo correcto mediante la virtud de la templanza (la práctica de la virtud no reprime; es crecimiento moral).

Y digo «tratar» porque ningún ser humano es impecable, ninguno, sin excepción. En este sentido, la lucha por la corrección es, debe ser, un compromiso, una agenda, nuestro fundamental proyecto de vida, y por supuesto, se trata de una lucha que debe manifestarse en todos los escenarios laborales, familiares y sociales.

Y para los católicos, esta situación comporta autoexigencia, una lucha ascética, porque la doctrina de la Iglesia -que tiene un estándar divino- no se puede rebajar al nivel de nuestras debilidades humanas, que todos tenemos, aunque por ello la Iglesia salga castigada en las encuestas. Naturalmente, sin confundir galanteo con machismo o acoso. Y obvio, cero tolerancias con el acoso, si este se evidencia real y objetivo. Con las mujeres, admiración, respeto y delicadeza, tanto de parte de solteros como de casados.

Es importante que en la Universidad del Atlántico las estudiantes de sientan blindadas en este aspecto, que su participación sea activa en el diseño de la hoja de ruta que las proteja y, si es el caso, les haga justicia, pero sin afectar, tampoco, el debido proceso, el buen nombre y los derechos de los profesores. Es un tema delicado pero la idea es que no haya impunidad como tampoco excesos por ninguna de las partes.

Estoy de acuerdo con la política de género, porque hombre y mujer pertenecemos al mismo género humano (somos naturalmente complementarios), pero si se habla de unos derechos humanos específicos de la mujer y diferentes a los de los hombres, entonces que sean para reafirmar la dignidad, la belleza y el sentido humano, de la maternidad como portadora de vida (de otra vida), lo cual, después de los niños, la hace acreedora de una protección legal privilegiada. Porque una «paternidad» envilecida por la violencia contra la mujer nunca será verdadera paternidad. No sería humano, por ejemplo, que los hombres pudiéramos decidir sobre nuestro propio cuerpo, como quitarnos una pierna o un brazo, y luego salir a construir un derecho humano específico del hombre en torno a esto. No creo que las cosas sean de este modo. Los derechos humanos no son subjetivos y están anclados en la naturaleza humana, sin asomo de discriminación contra nadie.

La lucha por la igualdad de oportunidades, la no violencia contra la mujer y la no discriminación, es perfectamente legítima, y la apoyo, pero el divorcio entre la libertad y la naturaleza está conduciendo a unos igualitarismos y a unas diferenciaciones…. fáciles de respetar, difíciles de entender y susceptibles de analizar en su impacto frente al bien común…. Siempre he creído que la madre naturaleza encauza la libertad, y ésta -si es buena hija- cuida de su madre y la conserva, incluyendo sus leyes. A veces la naturaleza tiene focos más grandes que la luz de la razón, como el que tiene la luz del sol; en cambio, la libertad se puede meter por caminos oscuros.

Estamos en una sociedad pluralista donde todos tenemos un espacio y donde la tolerancia de doble vía debe tener plena vigencia. Expreso, con respeto a las opiniones distintas, no obstante -y como parte de un debate académico- que el mundo también necesita una vacuna moral para la libertad, que está enferma; pero esta (la vacuna) no la hacen en ningún laboratorio, depende de nosotros mismos, de nuestra humildad. Dejando de lado el amor divino -que es eterno-, todo lo que Dios inventó es limitado, incluida la diversidad. Y es que la existencia no se da su propio ser, sino al contrario; además, la existencia sin ser es una existencia sin sentido.

Es importante, además, que la política de género incluya la perspectiva de familia, algo que es tan importante para la mujer. Lo que sea la familia hoy será la sociedad del futuro.

No parece una agenda progresista en una universidad izquierdista…. (¿?).

De hecho, no es progresista -ni quiere serlo-; es de progreso. Dicen los alemanes que «el que busca la fuente, nada contracorriente». El progresismo responde a unas ideologías que son parientes nutricias de la demagogia y del populismo (o arte de engañar incautos), conducen al atraso, y, por lo que vemos, para ellas América Latina es una esponja. Progresista es el que siendo comunista se bautiza de «socialdemócrata» (Ha progresado, ha salido de la caverna porque aquéllos no son demócratas. En cambio, algunos liberales, que por filosofía política sí son demócratas, se dejan contagiar del virus, y mutan a liberales de izquierda o socialdemócratas).

Por supuesto, quienes no estamos en ese marco ideológico marxista no nos aplica; el progreso, en cambio, responde a la civilización occidental (de raíz cristiana) y se traduce en riqueza y crecimiento para todos, en lo moral, intelectual y material; el hombre es un fin en sí mismo, no un medio. Y los científicos más importantes no fueron «progresistas».

En lo político, el mejor ejemplo es Nueva Zelanda (invito a investigar su experiencia), que, gobernada por un Primer Ministro -supuestamente de izquierda- dejó de lado la ideología progresista hace treinta y cinco años y le apostó al orden y a la autoridad con democracia: hoy tiene niveles de vida como los de los países más ricos del mundo. El secreto es que se decidió por el crecimiento económico, por la civilización, por la revolución del orden. Los conservadores que le sucedieron continuaron sus políticas. Por esto no comulgo con la «política del cambio» (el cambiar por cambiar, aunque cambie el mal por el bien) sino con el «cambio de política», porque hace referencia a una dirección, a unas coordenadas, a las que seguramente habrá que introducirles ajustes, pero que es la que nos lleva por el camino correcto. Cómo decía Winston Churchill: «No hay problema con el cambio, siempre que sea en la dirección correcta».

Y Uniatlántico no es que sea izquierdista, o derechista, sencillamente es pública, y, como tal, aquí tienen cabida todas las tendencias, porque es una universidad del pueblo, y en el pueblo hay de todo. Es más, la «conciencia crítica» ahora es aún más grande y se ha blindado de un posible adoctrinamiento que se haya podido haber dado a favor de la izquierda. Los estudiantes, en su gran mayoría, son políticamente independientes y tienen criterio propio. Lo ideal es tramitar las diferencias a nivel racional, no pasional, porque las pasiones enceguecen y no permiten ver que todas las opciones democráticas pueden tener una oportunidad.

En 1992, en el marco de una coalición inteligente -de la que también hizo parte el Movimiento Voluntad Popular, antes de integrarse a Cambio Radical-, Álvaro Gómez votó racionalmente por un candidato del M-19 a la Alcaldía de Barranquilla, no por ideología sino porque había un propósito común: restablecer la belleza de la política, para que las ideas fueran el elemento preponderante, limpiarla de los muchos factores que la asfixiaban, tales como la clientela, el dinero, las maquinarias, etc.

En el caso universitario actual no es descartable que ocurra un fenómeno similar, donde la gente deje la ideología de lado y abrace y acompañe racionalmente un propósito común, como el que contiene esta propuesta igualmente democrática. Y aunque las circunstancias políticas de Barranquilla y del Atlántico hoy sean otras, no nos debe avergonzar que la medicina que le aplicamos a otros en el pasado también nos sirva a nosotros en esta oportunidad.

¿Cómo fue su experiencia académica en Europa?

Ahh…fueron mis mejores años. Hice el doctorado en Derecho Constitucional en la Universidad de Navarra, una de las más prestigiosas universidades del mundo (la número uno en España, según todos los world university rankings), gracias a una beca que me gané en un concurso nacional que hizo el Banco de la República.

¿Cuál ha sido su línea de investigación?

No tengo estatus de profesor investigador, y, además, siempre me han evaluado bajito porque pareciera que -a algunos- les choca mi manera de pensar y pasan la factura; el Derecho Constitucional -que es la materia que doy- es muy política. Espero que ahora la racionalidad y la reciprocidad del afecto se impongan porque siempre, los que más me contradicen, terminan siendo mis mejores amigos.

Pero mis inquietudes intelectuales han girado en torno al tema de la autonomía regional y las he canalizado a través del Grupo de Investigación «Derecho y Territorio» de la Facultad de Ciencias Jurídicas. Colombia es un país centralista casi que, por naturaleza, y, además, tampoco hemos sido capaces de construir al interior de las regiones -tampoco en la región Caribe- un concepto o una ruta que genere el consenso, o un respaldo social suficiente, que permita darle un timonazo territorial al Estado, como sí lo hizo el General Charles de Gaulle en Francia, en la V República, cuando estableció la regionalización. Nosotros sí avanzamos, pero como en una bicicleta estática. Aprobamos leyes, pero no para aplicarlas.

¿Qué, de su paso por la Presidencia de la Sala General de la Universidad Autónoma?

Le agradezco esta pregunta. Fue una posición honorífica que asumí con generosidad y de buena fe, pero donde estuve muy poquito tiempo (hasta cuando consideré que mi presencia ya no era necesaria); estaba prestado porque mi verdadero nicho académico era y es la Universidad del Atlántico, donde este año 2021 cumplo 20 años como profesor de tiempo completo, y a la que ingresé por concurso público de méritos.

Durante mi corta estancia en aquella dignidad -que para mí fue un servicio- mi comportamiento fue correcto, a tal punto que, casi un año después de mi retiro voluntario, el presidente Santos y su Ministra de Educación visitaron personalmente la Universidad para hacerle toda clase de reconocimientos. De tal manera que cuando se presentaron esas situaciones tristes que hemos conocido por la prensa ya yo cumplía casi dos años de estar por fuera de la Institución, y ahora casi cinco años de no pertenecer a ella. Ojalá, Dios le de sabiduría y fortaleza al nuevo rector para sacarla adelante porque esa universidad y la región lo merecen.
También estuve impulsando a la Universidad Sergio Arboleda de Santa Marta, a donde viajaba todos los sábados, cosa que hice durante casi una década.

Pero hay gente que lo critica por haber hecho parte de la era Ramsés Vargas. ¿Qué tendría que responder a esos señalamientos?

A Gustavo Petro también lo señalan por haber sido parte de la Administración del alcalde Samuel Moreno, y él se defiende diciendo que en tiempo oportuno se retiró de ella y por eso no le cabe ninguna responsabilidad, ni penal ni política. En esto tiene razón. A mí tampoco, pues también yo estuve fuera del tiempo y del espacio a los hechos ocurridos. Esos comentarios mal intencionados provienen de personas que no buscan combatir la corrupción sino hacer daño. Y creo que una prensa profesional no debe prestarse para eso.

Es evidente que esas voces se entusiasman sobremanera al encontrar en la legislación colombiana la posibilidad de hacer un buen negocio con la difamación, al saber que obtienen, sin ningún riesgo, grandes e inconfesables beneficios políticos y electorales a caballo de la moral. Hoy las fake news son toda una industria y hasta hay gente que comercializa y chantajea con ellas; gracias a Dios a mí no me ha tocado, pero todo el que se asoma a la vida pública puede ser blanco de ellas. Pues toca tener piel de cocodrilo para no dejarse amilanar ante la perversión. Mi conducta ha sido decorosa y limpia siempre, en todas las instituciones en las que he servido, tanto del sector público como del privado.

Ud. fue Secretario de Educación Departamental de la Guajira y Distrital de Santa Marta. ¿Cómo le fue?

Por vocación, siempre prefiero trabajar en la educación. En este campo los retos los tomo con ilusión de hacer las cosas bien. Hace treinta años, con el concurso de Promigás, Carbocol, Intercor y la Texas, estuve a punto de constituir un Colfuturo especial para La Guajira, para que sus maestros y universitarios pudieran capacitarse en las mejores universidades del mundo, así como también fundar colegios por toda la península y bajar considerablemente los índices de analfabetismo.

Tuve que retirarme del cargo y me dolió mucho que este proyecto no se hubiera podido concretar y desarrollar, por todas las bondades que representaba para el Departamento. Carlos Holmes Trujillo -recientemente fallecido- para la época fungía como Ministro de Educación, y en su despacho tuvimos varios desayunos con los presidentes de esas multinacionales en torno a ese frustrado proyecto, al que ya le habían dado su bendición, pues también el Gobierno Central iba a poner capital. Hoy la educación de La Guajira estuviera en otras condiciones muy diferentes; no se entiende cómo es que hoy Riohacha no sea la «Dubái» de Colombia. Y en Santa Marta el panorama de la educación tampoco es fácil; fueron pocos meses en donde mi único interés era hacer las cosas bien por encima de unas circunstancias políticas muy complicadas; de hecho, sentamos las bases para las distinciones que el Ministerio de Educación le hizo a finales del año pasado a la ciudad de Santa Marta.

Se dice que cuando fue decano de Ciencias Jurídicas el Consejo Superior lo separó del cargo porque era incompatible con la Presidencia de la Universidad Autónoma, que Ud. también ostentaba. ¿Qué hay de cierto en esto?

Ninguna incompatibilidad. Por un lado, un cargo, y por el otro, una dignidad; mis detractores me abrieron investigación disciplinaria, pero fue archivada por carencia de fundamento jurídico. Salí de la decanatura por renuncia voluntaria (Esto es comprobable. La comunidad universitaria conoció mi carta de renuncia, que fue pública). Sí tuve una persecución política de parte de alguien que quería utilizar la Facultad de Ciencias Jurídicas como trampolín para alcanzar su ambición de tener una silla en el Concejo o en la Asamblea, y que en mí encontró resistencia. Este no es un caso aislado; todos los grupos y tendencias políticas se han aprovechado de los recursos de la Universidad para ese tipo de propósitos con la mampara argumental de hacerle el bien, cuando todos sabemos que en realidad se trata de un manoseo inaceptable.

Los verdaderos liderazgos se construyen con desprendimiento. No se trata de algo personal contra nadie. Repito: los bienes públicos son parte del «bien común», al que debemos servir sin servirnos de ellos porque todos somos responsables del conjunto. No le doy importancia al suceso, pero éste sí es un momento privilegiado en el que sus estamentos pueden determinar un rumbo digno para la institución. Y ojalá sus depredadores de siempre -todos- reflexionen y cambien. Estoy dispuesto a trabajar con todos, naturalmente bajo una lógica diferente.

También Ud. ejerció el periodismo como columnista. ¿Qué tal la experiencia?

Maravillosa. En efecto, fueron quince años como columnista del diario El Tiempo (Caribe). Fue un ejercicio intelectual interesante. Algún tipo de influencia en la opinión se logra, pero, en mi caso, puedo decir que lo que aprendí fue mucho más. Es un oficio fantástico.

Y, ¿qué nos puede decir sobre la Acreditación Institucional de la Universidad del Atlántico?

Aquí ocurre algo parecido a lo que también sucede con la autonomía universitaria: debe darse una correspondencia entre la realidad y la formalidad. Desde luego, el mayor esfuerzo le compete a la universidad, que debe migrar de la Acreditación Social -que ya tiene- a la Acreditación Internacional.

No podemos conformarnos con lo que dice un papel expedido por el CNA (Consejo Nacional de Acreditación) cuando todos sabemos que las condiciones en que profesores y estudiantes desarrollan sus labores son sumamente precarias. Los estudiantes necesitan, por ejemplo, un restaurante con las más altas especificaciones y con desayuno, almuerzo y cena de calidad, subsidiados por entero por la universidad, porque muchos de ellos no tienen la oportunidad de atender a esta necesidad por sus propios medios.

Haremos el esfuerzo de crear un «PAE» para ellos, un PAU (Programa de Alimentación Universitario). Hay que superar y prohibir el espectáculo de estudiantes vendiendo dulces en los pasillos o haciendo rifas para ganarse el transporte. El músculo financiero del Estado no es para desperdiciarlo en burocracia innecesaria o en gastos suntuosos; hay que optar por la austeridad y la sobriedad. Aunque habría que establecer un sano criterio de selección para determinar la cobertura, porque puede que no sea ni práctico, ni posible, ni justo, que el beneficio sea para todos, porque muchos no lo necesitarán.

Igual los profesores, necesitamos un restaurante con las más altas especificaciones para poder atender académicos que nos visitan de otras ciudades o de otros países, en este caso sí a cargo de nuestro pecunio. La oficina de egresados debe encargarse de ayudar a ubicar laboralmente a los egresados o de conseguir su ingreso a las mejores universidades del mundo -si desean enriquecer su formación en el exterior- con el compromiso de la universidad de patrocinar a aquéllos que presenten los mejores estándares académicos, para que luego vengan a verter en la universidad sus altas cualificaciones.

De igual manera, los salones de clase no pueden continuar sin «clase», destartalados, con sillas inservibles, aires acondicionados sin mantenimiento y fuera de servicio, y sin los equipos más actualizados de la pedagogía moderna. Puertas y ventanas deterioradas, por donde entran gatos en plena clase. Todos sus baños tienen que ser de calidad y con mantenimiento diario de calidad, sin que les falte el agua.

La Universidad del Atlántico puede ser una universidad de pobres, pero no tiene por qué ser una pobre universidad. Debe de haber un control estricto para el ingreso al campus; ser una institución universitaria popular no es incompatible con la virtud del orden. Creo, además, que el Departamento del Atlántico y el Distrito de Barranquilla le deberían subsidiar el transporte a los estudiantes, en un ciento por ciento, por medio de un bono.

De otro lado, hay que sanear las finanzas y fortalecer a la Unidad de Salud, que es la «niña de los ojos» de los profesores, pensionados y del personal administrativo, es el más grande beneficio social que todos tenemos. También hay que recuperar el tiempo perdido y ponernos al día con las tareas que se nos asignaron como condición para una reacreditación, entre ellas una apropiación presupuestal suficiente para un concurso docente; no tiene presentación que muchos profesores ocasionales y catedráticos, que tienen las condiciones, no estén en carrera. Y en la parte administrativa, todos a ponernos la camiseta y funcionar como un equipo de fútbol, con sentido de pertenencia, con un servicio muy profesional, de calidad.

Y esto no es populismo, es economía fraterna y solidaridad con nuestra juventud, que constituye el futuro de Colombia. El subsidio que se invierte en la educación y en la gente es la semilla para una Colombia rica, pacífica y sin odios; este no sería un subsidio dirigido a desestimular el emprendimiento sino a sacar al país de la pobreza. Algunas de estas propuestas dependen directamente del rector y otras no, pero las gestionaremos todas con igual empeño. No tengo ninguna aspiración política o electoral; solo me anima el sueño de que en esta universidad se respire otro aire. En cinco años me pensiono y quiero dejar este legado a las nuevas generaciones.

Solo pido una oportunidad para atender de modo satisfactorio a las aspiraciones de la Comunidad Universitaria, a los que son mis amigos y a los que no (porque no reconozco enemigos). Seré el rector de los que voten por mí y de los que no voten por mí, de todos, en términos reales y efectivos. Será una rectoría de puertas abiertas y en función de la unión interna de la institución y de todos sus integrantes. Para llevarnos bien no necesitamos las mismas ideas, sino el mismo respeto. Nuestro equipo de trabajo no hará alardes de poder para aplastar a nadie, sino que estará volcado a servir a todos por igual, todo dentro de la legalidad, el marco estatutario y las directrices de la rectoría.

¿Propuestas específicas?

Austeridad y sentido universitario. Austeridad; Racionalizar los gastos, priorizando el componente académico, el Bienestar Universitario y el objetivo de sanear las finanzas. Sentido universitario: La Institución será concebida como una gran biblioteca o como un gran laboratorio, antes que, como un gran comando político, un lugar de formación y de producción intelectual de primer orden. Con esto rescatamos el tesoro de la Universidad del Atlántico.

¿Qué opina de la política de «diálogo permanente» que se viene desarrollando en la institución, con mesas para cada tema, con garantías, y donde los acuerdos que se logran deben ser acatados por el Consejo Académico, e, inclusive, por el Consejo Superior?

Estamos en una institución que tiene instancias competentes para el diálogo y la toma de decisiones, que tienen origen legal y estatutario, y donde los estudiantes y los profesores tenemos representación legítima como resultado de procesos electorales internos. A mí juicio, lo que se sale de ahí es desorden, porque ni es legítimo ni es legal. La ventaja del diálogo es que es enriquecedor porque permite ver otras perspectivas y brinda nuevos elementos de juicio que ayudan al momento de la decisión, pero la competencia para esta solo la tienen quienes también pueden responder por sus consecuencias legales.

Por tanto, no estoy de acuerdo con el «diálogo permanente» sino con el «estudio permanente». El diálogo es un medio de luz, no un instrumento de guerra. Quiero que la «movilización» de los estudiantes sea hacia las bibliotecas y los laboratorios, para que crezcan académicamente. Los estudiantes que quieran hablar con el rector, para él será un gusto atenderlos personalmente todos los viernes por la tarde, uno a uno, con cita previa, y no será un diálogo para concertar o negociar, sino para escucharnos con mutuo respeto y tomarnos un tinto. Invitaré a los decanos a que hagan lo propio.

En cuanto a las garantías, honestamente le digo que «sin exigencia no hay excelencia». Guerra total a la mediocridad; por tanto, los profesores estarán autorizados para exigir, cada vez más, mayor rendimiento académico. Yo también fue estudiante pobre y tenía que trabajar para salir adelante, y si no podía estudiar de día, lo hacía de madrugada acompañado con un termo de tinto, pero tenía que responder.

La Universidad del Atlántico no puede convertirse en una fábrica de diplomas sino en un centro de estudios de alto nivel, serio y con rigor. Nadie estará en esta Universidad por ser pobre o rico, sino porque es un lujo de estudiante, porque tiene un nivel alto.

Los «diálogos permanentes» me recuerdan el proceso de paz de La Habana, que resultó defectuoso. Me gustó mucho, en cambio, el proceso de paz de Sur África, también bajo la filosofía de la Justicia Transicional, que fue dirigido por una firma privada internacional muy seria, donde respetaron los tiempos, los acuerdos, y catapultó a la Presidencia a Nelson Mandela. Allá nunca se habrían burlado del pueblo después de ganar un plebiscito; seguramente habrían convocado al constituyente primario para ajustar los acuerdos y garantizar una paz seria y duradera; hubiera sido imprescindible, so pena de incurrir en un vicio jurídico insubsanable. Ya decía el expresidente López que el chamboneo hace parte de la cultura colombiana.

¿Cuándo se cumplirá el proceso para escoger rector en propiedad?
No tengo conocimiento. Todo indica que esta Universidad prefiere rectores encargados. Al menos los candidatos presidenciales saben cuándo son las elecciones, pero nosotros no sabemos cuándo son las consultas. No entiendo cómo una universidad puede sostener una Acreditación de Alta Calidad sin gobernabilidad y sin gobernanza. Un rector encargado -por su precaria situación- administra, no gobierna. Carece de la legitimidad democrática que solo otorga la Comunidad Universitaria.

Parece que el espíritu de la Constitución de 1991, que habla de autonomía, y el de la Ley 30 de 1992, que habla de las consultas, a la Universidad del Atlántico le resbala. Solo parecen un rocío fresco pero que no cae en el jardín que corresponde; por esto la Universidad no florece como floreció Barranquilla.

¿Sus palabras finales?
Los invito a soñar y a transformar. Nunca pertenecí al Movimiento Estudiantil, pero provengo de la «Colombia profunda», y como dijera el expresidente Belisario Betancur: «Yo fui -también yo- un estudiante proletario que pasaba días sin comer, pero digno y con la firme decisión de embarcarme en el progreso, en el desarrollo, no en la utopía ideológica» (sic). Siempre he tenido claro que estas ideologías (inclusive las nazistas y las fascistas), aun estando conscientes de sus errores, se buscan a ellas mismas; son centrípetas.

Este reto lo asumo como una responsabilidad de servicio. Estaré dispuesto a concertar en puntos del programa, pero no a negociar la autoridad, porque ello equivaldría a feriar o hipotecar la rectoría para complacer codicias secundarias, propias o ajenas. Las costumbres institucionales nocivas no pueden permanecer por siempre; por esto abrigo la esperanza de que, como dice William Shakespeare, «no hay noche, por larga que sea, que no encuentre el día». Solo de este modo, podremos señalarle una dirección a la historia de la Universidad en consonancia con la visión que sobre ella tuvieron Julio Enrique Blanco, Rodrigo Noguera Barreneche y Alberto Assa, y evitar así que siga corriendo y corriendo sin poder levantar vuelo, sin conseguir ser una institución organizada, no solo con buen nombre académico -que lo tiene- sino también respetable, creativa, crítica y formativa; educación en libertad y libertad educada.

Y pienso que, como propósito nacional, hay que recuperar la ética pública y traducirla en cultura ciudadana, porque es el mejor camino para lograr la unidad nacional y la verdadera paz con progreso para todos, y esta sería una buena contribución de la Universidad colombiana. Pero se requiere de una valiente decisión, tanto de las bases como del Consejo Superior, con quien deseo trabajar en armonía y en términos estatutarios. Hoy, que los pueblos y las comunidades hacen respetar su «dignidad», pues esta es la oportunidad para que Uniatlántico también saque su casta. ¡¡¡Vive Dios que sí se puede!!!

 

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