LAS AMOROSAS BATAS BLANCAS.

Por. GASPAR HERNÁNDEZ CAAMAÑO.

-Agricultura, Ética y Medicina.

Los humanos sabemos, tácitamente, que la conjugación de diversos factores socio-biológicos permitieron la creación y sostenimiento de la humanidad, como nos la han contados historiadores confiables.

De tantos factores, me atrevo a  destacar, para estos tiempos de pandemia, sólo tres: la alimentación, la ética y la medicina. Los cuales caben, lo intentare demostrar, en la metáfora de las batas blancas.

LA AGRICULTURA CREO LA CULTURA.

Sin la aparición del sedentarismo muy difícilmente podríamos haber tenido alimentación segura. La que proviene de la estabilidad que dio, y da, la agricultura. El nomadismo era la actividad de la caza, es decir el enfrentamiento con fieras o animales salvajes, que cada día disminuían el número de cazadores, muertos de hambre y aprendices de los beneficios del fuego.

La agricultura es, entonces, la fuente creadora de la cultura, ese paso de superar la barbarie. El cultivo de la tierra, a partir de asentamientos humanos cerca de afluentes de agua, nos dio los primeros alimentos no perecederos: los cereales y los granos, como las lentejas, ese gran alimento de la cultura meso-occidental.

Así que la búsqueda de alimentos, antes y ahora, nos confronta con nuestra crítica condición humana. No se equivocó Hipócrates,  tutor de médicos, al sentenciar que en los alimentos están las curas de enfermedades. 

Y  éstas, como las pestes, provienen de los animales no domesticados. Una dialéctica que nos vislumbra la urgencia del cuidado. 

La agricultura es cultura consolidada. Familia y sociedad. Me atrevo a afirmar que de la agricultura nació la maternidad humana, esa que da la vida cuidando a la cría. Educándola.

Ese factor, la alimentación es vital para superar la crisis que nos despierta los valores olvidados por «el capitalismo salvaje».

Aporto  datos tomados del libro «DE ANIMALES A DIOSES, breve historia de la humanidad»(Debate), del profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén,  Yuyal Harari, muy comentado en estos días por su ensayo «El mundo después del coronavirus», publicado el pasado 20 de Marzo en el Finanzal Time. Harari contó:

«La transición a la agricultura se inició alrededor de 9500-8500 a.C. en el país montuoso del sudeste de Turquía, el oeste de Irán y el Levante. Empezó lentamente, y en una área geográfica restringida. El trigo y las cabras se domesticaron aproximadamente hacia 9000 a.C.; los guisantes y las lentejas hacia 8000 a.C.; los olivos hacia 5000 a.C. Algunos animales y plantas, como los camellos y los anacardos, se domesticaron incluso más tarde, pero en 3500 a.C. la principal oleada de domesticación ya había terminado. Incluso en la actualidad, con todas nuestras tecnologías avanzadas, más del 90% de las calorías que alimentan a la humanidad proceden del puñado de plantas que nuestros antepasados domesticaron entre 9500 y 3500 a.C.: trigo, arroz, maíz, patatas, mijo y cebada. En los últimos 2.000 años no se ha domesticados ninguna planta o animal dignos de mención. Si nuestra mente es la de los cazadores-recolectores, nuestra cocina es la de los antiguos agricultores«.(págs. 95 y 96).

LA ÉTICA ENGENDRÓ LA VIDA VIRTUOSA.

Para ilustrar el alcance ético que requerimos para enfrentar la epidemia presente, recurro a unas citas, que creo pertinentes, tomadas de la novela LA PESTE, publicada en 1947, cuando su autor Albert Camus, nobel de literatura, tenía 34 años de edad. 

El narrador de La Peste cuenta que:

1.- «Muchos de los nuevos moralistas de nuestra ciudad afirmaron entonces que no había nada que hacer y que había que arrodillarse. Y Tarrou, Rieux y sus amigos respondieron esto o lo otro, pero la conclusión  era en cualquier caso algo que sabían de antemano: había que luchar de uno u otro modo y no arrodillarse. La cuestión  era impedir que muriera el mayor número posible de hombres y desencadenar la separación definitiva. Sólo había una forma de conseguirlo, COMBATIR LA PESTE«. La Peste. Pág. 125.

2.- «…cada uno lleva consigo la peste, porque nadie, absolutamente nadie en el mundo, es inmune a ella. Y hay que cuidarse en todo momento para evitar, en un minuto de distracción, respirar en la cara de otro y pasarle la infección”. La Peste. Pág. 209.

3.- «Lo natural es el microbio. Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si lo prefiere, es un efecto de la voluntad, de una voluntad que nunca debe languidecer. EL HOMBRE HONRADO ES EL PRÁCTICAMENTE NO INFECTA A NADIE Y AQUEL QUE MENOS  DISTRACCIONES SE PERMITE«. La Peste. Pag.209.

Dudará alguien la validez de una postura ética, no sólo deontológica, sino teleológica, para combatir la peste que nos preocupa universalmente. Y que Camus enseñó al relatar las consecuencias de una de ellas?. Volver a la Ética.

La Ética, esa asignatura inconclusa en la educación colombiana, al igual que la historia, es uno de los factores del sostenimiento humano en momentos críticos, tanto de la vida personal como colectiva.  Porque con sus postulados fundamenta una existencia humana virtuosa.

Los principios éticos están llamados a ser estudiados y practicados en estos tiempos sin tiempo. Serán de utilidad para superar el miedo y los efectos  del Covid- 19. Y comprender, definitivamente, que las virtudes, como la decencia y el respeto, nos ayudan a reconocer y responder, exitosamente, en el presente distanciamiento social.

Y para no solo aplaudir,  aceptar que los héroes de vida no son los de los discursos, sino aquéllos que por éticos usan hasta el cansancio, días y noches, batas blancas.

LA MEDICINA SOSTIENE LA SALUD.

Con retórica de salón cerrado y ruedas de prensas sin contrapunteo, las autoridades públicas y los políticos de oficio, intentan enfrentar la pandemia en un país de regiones, climas y culturas diversas. Pero las medidas oficiales, en su mayoría prohibitivas, no cambian la realidad del panorama de nuestra salud pública frente a la emergencia.

Por ello enfatizo. La salud nuestra está en manos de la medicina. De los médicos honestos que con voluntad y valentía luchan, sin tregua, para recuperar a los pacientes que acuden a hospitales y clínicas. O a los que atienden en servicio domiciliares. Son ellos y su profesión los garantes de la salud humana, en paz o en guerra.

A los médicos hoy, en este presente ingrato por tantas tumbas abiertas, los llamamos HEROES. Y realmente lo son. Lo han sido desde siempre porque con su ciencia y su vocación han combatido, con precisión o error, el mal. 

Recuerdo el siguiente pasaje de LAS MIL Y UNA NOCHE, obra de autor anónimo que es una orgia a la vida y a la muerte, titulado » Historia del Pescador y El Efrit», donde se cuenta que:

«Sabrás, ¡oh, efrit!., que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de Fars, en el país de los rumán, un rey llamado Yunán. Era rico y poderoso, señor de los ejércitos, dueño de fuerzas considerables y de aliados de todas las especies de hombre. Pero su cuerpo padecía UNA LEPRA que desesperaba a los médicos y a los sabios. Ni drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían  efecto alguno y ningún sabio pudo encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto día llegó a la capital del rey Yunán un médico anciano de renombre llamado Tuyán. Había estudiado los libros griegos, persas, romanos, árabes y sirios, así como la medicina y la astronomía.

Cuando éste médico supo la historia del rey y la terrible LEPRA que le martirizaba, fue a palacio y le dijo: He averiguado la enfermedad que atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos no han podido encontrar el medio de curarla. Voy, ¡oh, rey!, a aplicarle mi tratamiento, sin hacerle beber medicinas ni untarle pomadas. Al oírlo, el rey Yunán se asombró mucho y le dijo: ¡Por Alah, que si me curas te enriqueceré hasta los hijos de tus hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y mi amigo!.

Entonces salió del palacio y alquiló una casa, donde instaló sus libros, sus remedios y sus plantas aromáticas. Después hizo extractos de sus medicamentos y de sus simples y con estos extractos construyó un mazo corto y encorvado, cuyo mango horadó, y también hizo una pelota, TODO ESTO LO MEJOR QUE PUDO. Terminado completamente su trabajo, al segundo día  fue a palacio; entró a la cámara del rey y besó la tierra entre sus manos. Después le prescribió que fuera a caballo al meidán y jugará con la bola y el mazo.

El rey Yunán cogió el mazo que le alargaba el médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes montaron a caballo y le echaron la pelota. Entonces empezó a galopar detrás de ella para alcanzarla y golpearla, siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpearla hasta que transpiró bien por la palma de la mano y por todo el cuerpo, dando lugar que la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el médico Ruyán vio que el remedio había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a palacio para bañarse en el hammam.

Al salir del baño el rey no tenía LEPRA y vio su piel pura como la plata virgen. 

…Y entonces el médico se despidió y regresó a su casa».(págs. 27 y 28, edición alcalá).

En estos tiempos los políticos quieren aparecer de sabios que confrontar la peste que agobia al mundo. Pero, lo que hacen lo mejor que pueden son los médicos. Los que desde tiempos con memoria le han asegurado, con sus medicinas y sabiduría, la cura a las enfermedades por más devastadoras que sean.

A esos médicos y a todas las mujeres de batas blancas, en pasillos, urgencias  y laboratorios es que debemos reconocer como los sabios contra el mal. Los señores de discursos hoy no se atreven hablar en público sin un sabio de bata blanca. Lo buscan en las Universidades y Hospitales, sitios que habitan los sabios de hoy y de la antigüedad.

Mi respeto para esos portadores de las amorosas batas blancas, donde estén luchando, con la ética de la bondad, contra la peste y la maldad. Tener un médico en la familia, así estén en el fin del mundo, es una bendición familiar. Son ellos los héroes de este excepcional combate por la salud del mundo. El mundo de la decencia y la virtud. Cómo no querer una luminosa bata blanca.

MORALEJA. Sin alimentos desaparecen las virtudes y campea el todo vale. Y sin alimentos sanos y virtudes, la vida desaparece derrotada por la muerte en tiempos de peste. Solo la decencia humana consolidará a la humanidad para siempre. Y esa decencia se encarna en las amorosas batas blancas que luchan por una vida buena. 

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