Estudiantes permanentes, profesores ocasionales

POR IGNACIO MANTILLA 

Se ha impuesto en las universidades públicas colombianas la figura del docente temporal, también llamado ocasional y en algunas universidades profesor de cátedra o catedrático.

Pero, lo que hoy determina esta denominación no es solamente la dedicación en horas semanales a la universidad, sino el tipo de vínculo que sólo se pacta por un semestre con el propósito de prestar únicamente servicios docentes, pero que en casi todos los casos se renueva continuamente y en las mismas condiciones.

No se trata pues de auténticos catedráticos de tiempo parcial, es decir no son profesores vinculados en forma laboralmente estable a la universidad, de manera indefinida o con contrato a varios años, para trabajar unas horas semanales, que pertenezcan a la carrera profesoral; y no se trata tampoco de aquellos contratados comúnmente para ofrecer una cátedra especializada y en algunos casos dirigir trabajos de tesis o participar de proyectos de investigación. En su mayoría no son los profesionales de especial reconocimiento, dedicados exitosamente a su ejercicio profesional, que las universidades vinculan de forma permanente o temporal para que asuman algunas asignaturas que contribuyen a fortalecer la formación a través de su experiencia profesional.

Esta figura, a la que han tenido que acudir en las universidades públicas, presente en las universidades privadas también, es una desafortunada salida que no parece tener fin. El número de docentes ocasionales es creciente, llegando a superar incluso, en algunos casos, el número de profesores «de planta» (es decir con condiciones laborales estables).

La razón principal de este fenómeno es la presión a la que son sometidas las instituciones de educación superior para que aumenten la cobertura, pero sin un incremento real de recursos para su planta docente.

Se pretende entonces presentar como catedrático a un docente contratado por unas pocas semanas al semestre, cuyo único trabajo es la docencia, que frecuentemente la ejerce simultáneamente en varias instituciones y que en algunos casos recibe cargas que sumadas superan dedicaciones de tiempo completo. Peor aún es el caso en el que una universidad concentra la mayoría de sus docentes contratados de esta manera y no tiene la posibilidad de vincularlos de otra forma.

Frecuentemente, en los últimos años la decisión de ampliar el número de cupos para estudiantes en las universidades públicas es premiada con algunos recursos adicionales que no van a la base presupuestal de las universidades. Estos recursos son por lo tanto inciertos, y estimulan la contratación de más docentes ocasionales para poder responder a la enorme responsabilidad, esta sí permanente, de formar un número mayor de estudiantes.

Por otra parte, es contradictorio que nos esforcemos por realizar concursos docentes exigentes para contratar nuevos profesores y, simultáneamente, se vinculen de manera continua y sin exigencias mayores docentes ocasionales para cubrir necesidades que aparentemente son coyunturales y especiales, pero que en realidad develan una falencia estructural.

Hoy por hoy el docente es el académico en el que se debe concentrar la responsabilidad de liderar la institución universitaria desde su formación como profesional, su pasión por la enseñanza, sus intereses investigativos, su compromiso institucional en la administración y su fundamental acompañamiento a los estudiantes. Desde otro punto de vista, sabemos que la formación, la investigación y la extensión de calidad son los grandes objetivos de la universidad contemporánea. Pero estos no se logran cabalmente si alrededor de ellos no se dispone de una comunidad de profesores preparados y comprometidos con cada uno de los retos complejos que las instituciones enfrentan actualmente.

Así, la docencia ocasional deja de ser una solución y se convierte en un verdadero flagelo académico para las universidades y para los profesionales contratados mediante esta forma. En otras palabras, la docencia ocasional es inconveniente para quienes la realizan continuamente, semestre a semestre, durante décadas, sin posibilidad alguna de una vinculación estable o ascenso en la universidad, pero también lo es para la institución que aparentemente resuelve el problema ante sus estudiantes, permitiendo que el Estado eluda una obligación esencial con la educación.

Inexplicablemente se cree que la responsabilidad por los docentes adicionales que necesitan las universidades públicas debe atenderla cada institución con recursos propios, como si se tratase de remediar urgencias pasajeras.

Las universidades y el Estado deben ser conscientes del correcto papel del profesor universitario. En ese sentido, una universidad que dependa de la contratación de profesores ocasionales no está respondiendo a los retos contemporáneos de su misión y está poniendo en riesgo la estabilidad de su calidad.

Con la responsabilidad que debe acompañar la autonomía universitaria y con el objetivo de hacer de la excelencia un hábito, la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, hace un permanente balance entre su real capacidad de cobertura y la calidad de sus programas para evitar que una falsa solución para los actuales aspirantes termine convirtiéndose en un verdadero problema para los futuros profesionales.

*   Rector, Universidad Nacional de Colombia

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