«ESCUCHAR AL PUEBLO, DIALOGAR CON ÉL, ES UNA OBLIGACIÓN INELUDIBLE»

Por Gustavo H. Valls

Ante la realidad que está viviendo nuestro país no puedo permanecer en silencio. Siento que debo expresar algunas ideas con la sana intención de aportar un poco de luz ante tanta oscuridad. Por un lado, frente a las estructuras autoritarias, las injusticias crónicas y la descomposición social que hoy se vive, se experimenta una sensación de impotencia, de angustia, de desconcierto y de temor. Ya hemos vivido esto.

Muchas personas desalentadas piensan que no sirve luchar. Otras adhieren al sistema dominante y apoyan al gobernante protegiendo no ya el bien del país sino los propios intereses. Y otros reaccionan, se rebelan, no están de acuerdo con este autoritarismo, defendiendo legítimamente sus derechos.

Una sociedad que pierde la capacidad de lucha, de expresarse, camina hacia su sepultura.

La impotencia entierra gente viva pero la lucha resucita para seguir sosteniendo las causas justas.

Desistir de la lucha es apresurar la derrota.

Pero para mantener al pueblo en estado de defensa de sus derechos es preciso tener argumentos válidos que beneficien a todos y emplear métodos que sumen y no que resten.

La prioridad le corresponde al pueblo, no a los gobernantes. No es la sociedad la que está al servicio del Estado sino que es el Estado el que debe ponerse al servicio del pueblo. El gobernante debe hacerse eco de esta prioridad y actuar de acuerdo a ese clamor popular.

Es criminal sacrificar las necesidades del pueblo para satisfacer los intereses de un grupo autoritario y alejado de la realidad que vive la población.

Para algunos gobernantes pareciera que está prohibido crear nuevas alternativas, opinar distinto de lo que ellos opinan. Pareciera que el disenso está prohibido, es golpista, ¿será porque no se sienten seguros de lo que están haciendo?

Escuchar al pueblo, dialogar con él, respetar sus opiniones, es una obligación ineludible de todo buen gobernante.

Claro está que existen los representantes que deben hablar en nombre del pueblo, pero cuando éstos no lo hacen o sólo defienden sus intereses es lógico y natural que surja esta reacción popular del cacerolazo.

En estos días vemos emerger un pueblo que no quiere someterse a medidas inconsultas, confiscatorias, que atentan contra sus derechos y por eso ha reaccionado como nunca reclamando ser escuchados, ser tenidos en cuenta a la hora de gobernar.

Sin que nadie dijera lo que pueden hacer ni se los obligue ni se les pague, ha reaccionado pacíficamente manifestando su disgusto, su inconformidad.

Se ha convertido en un pueblo protagonista que anhela soluciones a este clima de incertidumbre, de cuasi anarquía, y ante posibles males mayores dice no a la violencia, no a la división.

Ante esta realidad negativa que lastima y que hiere al país, no debemos sumergirnos en el pesimismo que paraliza, sino pensar serenamente para que se renueve el optimismo, que podemos salir de esta situación, crecer como país, aumentar la producción de bienes para que haya una mejor distribución y desaparezcan el hambre y la miseria, la falta de trabajo que es tan mala consejera y que humilla. Es preciso exigir pacíficamente y sin claudicar para que el poder público recupere la capacidad de gobernar honestamente sirviendo al pueblo sin divisiones ni luchas de clases, sin odios ni revanchismos, sin creerse dueños de la verdad.

Es necesario recuperar la esperanza de que es posible una sociedad más justa, donde se viva en libertad y el pan sea un derecho fundamental de todos los habitantes.

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