¿Coherencia o complicidad?

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Por: Simón Ganitsky White

Las últimas elecciones parlamentarias libres en Alemania, antes del inicio del régimen nazi, se celebraron en noviembre de 1932. El ganador fue el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, el partido de Hitler, con 11 millones de votos y 196 puestos en el parlamento. Detrás del nacionalsocialismo se ubicaron el Partido Socialdemócrata de Alemania, un partido liberal de centro-izquierda, con un poco más de 7 millones de votos y 121 escaños, y el Partido Comunista de Alemania, con casi 6 millones de votos y 100 puestos. Puede ser vano hacer juicios hipotéticos sobre el pasado, pero los números indican que una alianza entre la socialdemocracia y el comunismo habría frenado la victoria parlamentaria del nacionalsocialismo, gracias a la cual Hitler tuvo razones constitucionales para presionar por su nombramiento como canciller, que ocurrió dos meses después y marcó el inicio del III Reich. Unidos, los socialdemócratas y los comunistas habrían sumado casi 13 millones de votos —2 millones más que los nazis— y 221 escaños —25 más que el nacionalsocialismo—.

Uribe no es Hitler, los votantes de Sergio Fajardo y Humberto De La Calle no son la socialdemocracia, Petro no es comunista, pero la situación de Colombia ante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales sí es análoga a la de Alemania a finales de 1932. Justamente, el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista fueron incapaces de concretar una alianza contra el fascismo, que fue propuesta insistentemente por los sectores independientes de la izquierda como la única forma de detener el ascenso de Hitler, porque los líderes socialdemócratas creían que el nazismo y el comunismo eran igualmente perniciosos para la democracia, y por eso adoptaron una postura de oposición a ambos bandos. La dirigencia estalinista del comunismo tampoco estaba dispuesta a aliarse con la socialdemocracia, a la que consideraba tan enemiga de la clase trabajadora como el nazismo.

Hoy, en Colombia, al igual que en la Alemania de noviembre de 1932, los números de la primera vuelta indican que una alianza entre los grupos políticos de Sergio Fajardo, Humberto De La Calle y Gustavo Petro podría vencer al uribismo en la contienda. Sin embargo, algunos de los votantes de Sergio Fajardo y Humberto De La Calle consideran impensable votar por Petro en la segunda vuelta. Bien sea por una versión peculiar de la coherencia, que parece consistir en que las decisiones son invariables, o por una franca animadversión hacia él y el otro candidato, estos votantes están debatiéndose entre el voto en blanco y la abstención. Detrás de la decisión de no tomar partido está la idea de que un gobierno de Duque y uno de Petro serían igualmente perjudiciales para la sociedad colombiana, es decir, que la actitud de un verdadero demócrata ante ambos candidatos debe ser una y la misma: el rechazo.

En 1932, la socialdemocracia cometió un grave error que suponía ignorar los hechos: desde su consolidación en 1920, el nacionalsocialismo proponía abiertamente limitar la libertad de expresión y censurar la prensa, perseguir el comunismo, perseguir a los judíos y transformar el Estado en uno corporativo. Es decir, el partido nazi era abiertamente antidemocrático y adverso al Estado liberal. Además, los grupos paramilitares del nazismo, las SA, llevaban más de una década asesinando comunistas y a otros adversarios en las calles. Por pureza ideológica o por franco miedo al comunismo, la socialdemocracia tomó una decisión que, como era previsible en ese entonces, permitió que ocurriera la peor barbarie de la historia reciente.

Si lo que queremos es proteger la democracia, la república y nuestras libertades, ¿tenemos hoy elementos suficientes para afirmar que debemos unirnos con el fin de evitar el regreso del uribismo al poder en Colombia? Del paso de Uribe por la Gobernación de Antioquia tenemos su aceptación del nacimiento del paramilitarismo (por decir lo menos). De sus dos periodos de gobierno tenemos la modificación por vía de cohecho de la Constitución con el objetivo de perpetuarse en el poder, la interceptación de las comunicaciones de la oposición y de los magistrados de las cortes, el asesinato de, según los últimos informes, diez mil civiles, usados para inflar las cifras del éxito bélico del gobierno, las acusaciones calumniosas e injuriosas contra los miembros de los partidos opositores, el último intento fallido de modificar la Constitución para seguir perpetuándose en el poder, y la lista podría seguir. Entre las propuestas de su candidato actual está la de convertir las altas cortes —cuya diversidad ha asegurado, entre otras cosas, la efectividad de la acción de tutela— en un súper tribunal probablemente controlado por el ejecutivo, la de un fiscal designado por el presidente, la una policía con atribuciones judiciales, la de prohibir la dosis mínima de droga, la de restringir las libertades individuales de las minorías, como en el caso del matrimonio entre homosexuales y, notoriamente, la de hacer trizas el acuerdo de paz. Hay suficientes hechos para afirmar que el uribismo traerá, como ya trajo, el debilitamiento de las estructuras democráticas de la república, la limitación de las libertades individuales y la agudización de la violencia.

Ante los hechos del uribismo, ¿tiene sentido decir que un gobierno de Petro, aun con su proverbial soberbia o con su comentada incapacidad para conformar un equipo, sería igualmente pernicioso para la democracia y la sociedad colombianas? Sería difícil responder afirmativamente. Y debe notarse, además, que esta vez el centro no tiene que aliarse con el comunismo: si se mira con cuidado, el programa de Petro es el del liberalismo social, el de Rafael Uribe Uribe después de la Guerra de los Mil Días o el de López Pumarejo. En otras palabras, es la realización de la Constitución del 91.

¿Seremos capaces de concretar la unión, que parece ser la única forma de frenar el regreso del uribismo? ¿O cometeremos un error análogo al de la socialdemocracia en la Alemania de 1932? La historia no se está repitiendo, ni estamos ante un peligro exactamente igual al que enfrentaron los alemanes en ese entonces, pero tenemos la oportunidad, como la tuvieron los socialdemócratas y los comunistas en Alemania, de proteger la libertad, de salvar la vida de la república, de conservar nuestros derechos y de evitar una barbarie. No entender esto, más que estulticia, sería complicidad.

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