AMOR Y LOCURA EN LA BARRANQUILLA DEL SIGLO XXI.

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POR GASPAR HERNANDEZ CAAMAÑO

Me gustan los libros de historia. Y recientemente compre uno cuyo título copio. Es «UN CRIMEN SENTIMENTAL. Amor y Locura en el siglo XVIII» (Siglo XXI editores), su autor es Jhon Brewer. Y del libro se dice en la solapa; «constituye una importante aportación a la nueva historia cultural del pensamiento y de los sentimientos.»

En Barranquilla del siglo XXI, paradojalmente, la prensa registra crímenes como si aún viviéramos en el siglo XVIII, en época pre moderna. Recuerdo. Un exitoso empresario mata a su bella esposa de un balazo en la alcoba nupcial  la noche del 31 de diciembre porque descubrió que ella era amante de un italiano. Y una mujer acepta que su amante, conductor familiar, participe en la muerte de su esposo, médico forense, al que matan de tres disparos por la espalda sobre la cama conyugal, dizque porque éste era impotente y tenía pólizas de seguros por muerte violenta. Dos crímenes de pura locura. Pero que los cronistas cuentan, con la opinión de un juez, que son crímenes por amor.

Que en el siglo XXI existan, según los diarios, pues no conozco ninguna historia de investigación científica desde la psicología o el derecho penal, crímenes por amor o sentimentales es, para mí, un irrespeto a todo el sistema educativo. No podemos seguir creyendo que el amor mata y produce locura. NO. No podemos seguir creyendo como Platón que el amor es delirio. Locura. Definitivamente no. Hacerlo, en la calle como en la escuela, es negar la ciencia no sólo la neurología y la psicología cognitiva, sino la química, la biología, la sociología y la filosofía moderna muy cercana a la física cuántica. Y olvidarse de la pedagogía de creadores como Morin, Vigotsky y Luc Ferry. El amor no mata. Nació de la agricultura. Es decir de la cultura. No es algo natural. El amar es cultura humana. Lo otro, matar, es asunto animal. Naturaleza pura.

Otra cosa es que exista la locura. Esa si genética. Y muchas veces social como la que produce el consumo de drogas alucinógenas. Y los locos matan. Es su patología. Son casos psiquiátricos. Pero no amorosos. Los dementes no aman. Matan. Y no de amor. Solo realizan su asimetría mental de creerse engañados. Entonces la locura no es amor. Es simplemente enfermedad. Y se irrespeta el sistema educativo seguir creyendo que amar es algo natural. Y no cultura. Que no se necesita aprender y enseñar amar.

En la sociedad actual, la del conocimiento y la de la información, la de las competencias laborales y comunicativas, todo tiene la obligación de ser aprendido. Si existe escuela de padres, porque no deben existir escuelas para amantes. Para aquéllos y aquéllas que quieren dejar la animalidad y desean aprender a amar como humanos. Es decir deliciosamente, como se come en Barranquilla un Frozzo Malt en este asfixiante verano de medio año en el trópico.

Quien no aprende a amar mata. Por celos. Por furia. Por cólera. Por ambición. Por ira e intenso dolor. Por impotencia. Por miserable. Por cobarde. Por miedo. Pero nunca por amor. El amor es abrazo, no balazo. Una muerte por amor es orgásmica. Es una felicidad. Adivinen como seria nuestra Barranquilla del siglo XXI repletas de amantes. Todo un carnaval. Y acaso nuestro Carnaval no es una locura. Colectiva. Disfrázate como quieras y verás.  Es un arte el Carnaval. Y así es el amor. Un arte. Y ningún genio aprende solo. Necesita de la escuela. Al Carnaval de Barranquilla se creamos una casa. Para aprender a quererlo y vivirlo pues quien lo vive es quien lo goza. Por favor ayúdenme a fundar La Escuela del Amor. Gracias. Gracias.

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